Ahora entiendo bien cuando en las películas agarran pronto una pistola y apuntan con exactitud a un pobre caballo que se ha quebrado las patas; Mi perro Pepe ha muerto ayer inyectado por una piadosa mano veterinaria que lo dejó en pocos minutos sin vida en los pastelones de mi casa, tendido casi como estuviera soñando. Su enfermedad brusca, causada con los años, la genética de su mezcla de razas de gran tamaño, lo predispuso a un problema en sus patas traseras que le impedieron de repente caminar debido al dolor. Se quedó afonico de tanto quejarse a través de chillones ladridos.
El Pepe, hoy ya no sufre, está en un lugar fresco, rodeado de vegetación, un gran palto, en la casa de la abuelita, donde pasó sus primeros años, la juventud. Está descansando al lado de Fede, el perro con el que compartió ese patioaun par de años.
Ayer lo fuimos a dejar, envuelto en una sábana blanca que mi mamá decidió regalar. Cuando ya todo estuvo hecho, las campanas de la iglesia cercana a la casa comenzaron a sonar casi misteriosamente,
como cerrando un funeral.
Mi Pepe, caigo en la cuenta que me acompañó casi 15 de mis casi 30 años. Hoy ya no está en mi patio, ya no veo aquella figura grande y peluda y siempre atente a lo que pasaba.